Hablar de suicidio nunca es fácil, pero es necesario. En las universidades, donde la juventud debería ser sinónimo de sueños y proyectos, también se libran batallas silenciosas que pocas veces se nombran. Ricardo Montoya, psicólogo con amplia formación en desarrollo humano, psicología clínica, de la salud y educación, de la Secretaría para la Inclusión Social y Diversidad Cultural (SISyDIC) de esta casa de estudios, compartió con la comunidad universitaria algunas reflexiones sobre este tema que nos interesa a todos.
Montoya explica que identificar a un joven en riesgo de suicidio no siempre es fácil, pues muchos no muestran señales claras. Sin embargo, frases como “ya no quiero vivir” deben tomarse con total seriedad, porque pueden cumplirse. Entre las alertas están el bajo rendimiento escolar, ausencias constantes, aislamiento o cambios drásticos en el ánimo, ya sea tristeza profunda o enojo. Para el psicólogo, es urgente romper el mito de que “el que lo dice solo busca la atención de los demás”.
El reto de construir una red de apoyo
En la universidad, los estudiantes conviven más tiempo con sus maestros y compañeros que con sus propias familias. Sin embargo, muchos profesores no intervienen al considerar que los universitarios ya son adultos. A esto se suma que gran parte de los alumnos son foráneos y viven solos, sin familiares cercanos a quienes acudir en caso de crisis.
Montoya propone que las universidades pidan a mitad del semestre contactos de confianza de cada estudiante, para tener a quién acudir si deja de asistir o muestra cambios preocupantes. Muchas veces detrás de una crisis hay problemas de pareja, drogas o violencia que los jóvenes prefieren ocultar y que por lo general los amigos son quienes saben.
Asimismo, señala que el docente es clave porque es quien observa de cerca al alumno, si llora, se aísla o cambia de conducta. Su papel no es resolverlo todo, sino canalizarlo a las instancias adecuadas. Hoy, a diferencia del pasado, hay más apertura institucional para cuidar a los estudiantes.
Avances en la UNACH
En la UNACH ya se han dado pasos importantes. Existe un área de acompañamiento psicoemocional en cada unidad académica, con al menos una psicóloga para atender casos de manera breve el entrevistado nos comenta que son cinco sesiones aproximadamente que se les ofrece a los estudiante y despues se canaliza cuando es necesario. También se organizan pláticas, talleres y conversatorios de carácter preventivo.
El reto, reconoce Montoya, es que muchos alumnos aún no saben a dónde acudir ni qué alcance tiene este apoyo. La difusión y la cercanía siguen siendo tareas pendientes.
Uno de los grandes obstáculos es la idea de que pedir ayuda es signo de debilidad. Muchos jóvenes traen la enseñanza de no llorar, ni quejarse, ni pedir ayuda. Aquí debemos decirles lo contrario, pueden hablar, pueden buscar apoyo, y no serán juzgados.
Las causas detrás de un intento suicida, en muchos casos, son temas que sí pueden manejarse, ya sea una ruptura de pareja que se vive como un divorcio, la presión de reprobar materias, un chantaje, o el sentimiento de no estar cumpliendo las expectativas de éxito que imponen las redes sociales.
“Lo más triste, afirma Montoya, es que son problemas manejables, pero los jóvenes se sienten solos para enfrentarlos”.
Segun datos del INEGI en su comunicado de prensa de la estadística a propósito del día mundial del suicidio, emitida el 8 de septiembre de 2025. señalan que en 2024 se registraron 8,856 suicidios en México, una tasa de 6.8 por cada 100 mil habitantes, mayor que en años anteriores.
La cifra fue más alta en hombres (11.2) que en mujeres (2.6). El grupo más afectado es de 15 a 29 años (10.2), seguido del de 30 a 44 (10.7). Los estados con mayores tasas fueron Chihuahua (16.4), Yucatán (16.2) y Aguascalientes (14.3), mientras que Guerrero (1.6), Chiapas (4.6) y Veracruz (5.6) registraron las más bajas. Aunque Chiapas aparece con cifras menores, cada vida perdida recuerda la urgencia de trabajar en la prevención.
Un llamado a la empatía
Montoya recuerda a los estudiantes que la vida es única y que los tropiezos, como reprobar o perder una relación, no lo definen todo; pedir ayuda es un acto de fortaleza. Para la comunidad unachense, el llamado es a la empatía, una conversación o un desahogo puede cambiar el momento de alguien.
El reto es enorme por eso la universidad trabaja y avanza poco a poco en estos programas de atención a la comunidad universitaria con empatía y solidaridad, ya que escuchar a nuestros jóvenes puede marcar la diferencia entre la desesperanza y una nueva oportunidad para vivir.
Texto: María del Carmen Nucamendi Estrada
Imagen: Luis Fabián Marín Madrigal